martes, 11 de noviembre de 2014

Arte Barroco

LA PINTURA BARROCA ESPAÑOLA: MAPAS CONCEPTUALES



Y la PPT: 

EL BODEGÓN EN LA PINTURA BARROCA ESPAÑOLA

No sólo Zurbarán supo representar la calidad material de los objetos y enseres más humildes de la vida doméstica; José Sánchez Cotán, otro pintor de la época, se especializó en este género de pinturas consideradas entonces de segundo orden. Observa por tí mismo la calidad de los frutos representados y, dada su exuberancia nutricia y cromática, compáralo con la obra de Zurbarán, sólo así podrás apreciar las diferencias. Ah, por cierto: a estos bodegones se les llamaba "de cuaresma", quizás porque más que excitar el apetito parecían consolar del ayuno obligado. Buen provecho.



 José Sánchez Cotán. Bodegón del cardo. Fecha: 1602.
Características: 68 x 89 cm.

LA PINTURA BARROCA ESPAÑOLA: LOS BODEGONES DE ZURBARÁN.


Para un mejor conocimiento y comprensión de cada uno de LOS PINTORES ESPAÑOLES DEL BARROCO, nada mejor que profundizar en alguna de sus obras. Empezaremos por Zurbarán y uno de sus bodegones.


                                                   BODEGÓN FRANCISCO DE ZURBARAN (1598-1664) 
 óleo sobre Lienzo (46x84 cms) Escuela Española. Barroco español. Siglo XVII.

Se llaman "Bodegones" los cuadros que representan objetos de la realidad inmediata que acompañan la vida de las gentes, piezas de pequeña importancia a las que el pintor dedica tanta atención e interés como a los grandes temas de la pintura. Estos temas de género fueron muy queridos por los pintores del Barroco, ya que en ellos se plasmaba el realismo que caracterizó este periodo. Zurbarán ofrece en el Bodegón la más absoluta sencillez y la veracidad más asombrosa. La organización y disposición de los "cacharros" representados no puede ser, aparentemente, más simple. Sin embargo, su estructura geométrica y disposición es consecuencia de un cuidado estudio para la creación de este magnífico bodegón. La composición, que parece sencilla a primera vista, es de una complejidad minuciosa: la luz lateral o la disposición de los elementos en distintos ángulos (las asas de los cacharros desvelan la intención de esta colocación). Una copa de bronce sobre una bandeja plateada, una vasija de barro blanco y una de barro rojo, y una cantarilla también blanca sobre bandeja de plata, se ofrecen sencillamente alineadas sobre una tabla. Y nos produce la sensación real -porque reales además son las calidades de los materiales representados- de un mundo de orden, serenidad y limpieza.

UNOS VIDEOS SOBRE LA PINTURA BARROCA ESPAÑOLA

Un hermoso video sobre Murillo, el entrañable pintor sevillano.




Una manera distinta de disfrutar y apreciar la obra de Francisco de Zurbarán.



Y el genial Velázquez para completar nuestro paseo por la escuela barroca española.



No dejéis de consultar las distintas entradas sobre la escuela pictórica española del Barroco.

4/07/2014

LA PINTURA BARROCA ESPAÑOLA


La pintura barroca española. 
 Podemos señalar las siguientes características ya recogidas en el mapa conceptual visual:
- El mecenazgo de la Corte y la Iglesia.
- Ausencia de lo heroico y los tamaños superiores al natural
- Se prefiere un equilibrado naturalismo,  se opta por la composición sencilla y nada teatral o escenográfica.
- Predominio de la temática religiosa, especialmente en su expresión ascética o mística, tratada con sencillez y credibilidad.
- Ausencia de sensualidad.
- Influencia del realismo y del tenebrismo de origen italiano.
- Otros temas son el retrato, la mitología, el bodegón, sobre todo en Zurbarán y Sanchéz Cotán, Velázquez incorpora del paisaje y la fábula pagana y el género histórico.
- Tres son los focos artísticos: Valencia, Sevilla y Madrid.

Ahora veamos las principales corrientes y autores:
La corriente naturalista: Ribera y Zurbarán. 
Durante el reinado de Felipe III subsistían todavía las últimas influencias del manierismo italiano.  Los pintores se reunían en torno al monasterio del Escorial pero poco a poco se fue dejando sentir la influencia de Caravaggio en lo que ha venido a llamarse la escuela tenebrista española.  La figura más destacada del momento es Francisco Ribalta (1564-1628).  Es probable que su aprendizaje se realizara junto a  Navarrete el Mudo, en el Monasterio del Escorial y donde conociera las obras de los pintores italianos en las colecciones reales, quizás viajara a Italia entre 1616 y 1620 y que conociera directamente las obras de Caravaggio y sus seguidores.  Lo más interesante de su colección es el tratamiento de los temas místicos, donde el tenebrismo suele ser ostensible, además del brillante colorido y de la seguridad en el dibujo, entre  su obras destacan  Cristo abrazando a S. Bernardo (1627-28), San Francisco abrazado al Crucificado (1620) como en Visión de San Francisco (1620).

José de Ribera (1591-1662)
     A mediados del siglo XVII, Felipe IV y su valido, el Conde-duque de Olivares, convirtieron la corte en el principal centro artístico de la Península. El mejor exponente de la corriente tenebrista española fue José de Ribera, nacido en Játiva (Valencia) Establecido en Italia desde1611, recibió el apodo de “Il Spagnoleto”, nunca más volvería a España, instalándose definitivamente en Nápoles en 1616. Quizá pudo haber trabajado en el taller valenciano de Ribalta, donde se inicia en el tenebrismo.  El naturalismo temático de Ribera se centra en la pintura de personajes ancianos, mendigos, santos, figura 37; pero siempre pintados con una gran dignidad, sin exacerbar el sentido cruel o morboso, desmostrando un perfecto dominio de lo anatómico como en El Martirio de San Bartolomé (1639). Algunos estudiosos han notado en Ribera un afán constante de representar la ruina del cutis humano.  Aparecería como el pintor de las frentes arrugadas, los dedos ásperos, los muslos delgados que permiten la visión de los huesos como ocurre en el  San Andrés, figura 36.  En su repertorio figuraron también, protagonistas femeninos que destacan por su encanto, la Virgen en la Inmaculada (1635), el triunfo de María Magdalena (1636), y algunas santas como Santa Inés (1641), que corresponden al periodo más crucial de su carrera artística,  a partir de la década de los 40, cuando su visión naturalista se disgrega cada vez más hacia una mayor sensualidad, el color se vuelve más refinado y la luz más difusa, superado el tenebrismo inicial, figura 38.
Destacó también como grabador, y aunque sus temas más frecuentes son los religiosos, encontramos pintura de género mitológico , Apolo y Marsias (1637), Venus y Adonis,  y retratos de personajes  de historia antigua como Diógenes (1637) o más cercanos en el tiempo como el retrato ecuestre de D. Juan de Austria (1647), a veces como retratista no tiene pudor en representar las deformidades humanas la mujer barbuda (1631) o el Patizambo (1642).

Francisco de Zurbarán (1598-1664)
 Nacido en Fuente de Cantos, se traslada a Sevilla, en 1614, formándose en el taller de Pedro Díaz de Villanueva, un pintor de imágenes.
 De este período es Santa Casilda  para la que quizás utilizó un modelo escultórico, en la que sobresale una de sus características fundamentales: la riqueza del colorido y el uso suave del mismo.
     Su obra es muy abundante, y se puede distinguir un primer periodo en que hay una presencia del tenebrismo y del espiritualismo ascético pasando en un segundo periodo a partir de la mitad de siglo  a las formas suaves y delicadas propias de la escuela sevillana de ese periodo, este periodo coincide con una crisis en la carrera artística de Zurbarán, que vió disminuir su clientela habitual y buscó en los conventos hispanoamericanos nuevos encargos (Convento de San Francisco de Lima y Convento de la Buena Muerte de Lima), la crisis de Zurbarán coincide con el apogeo de Murillo.
    Las obras más conocidas de Zurbarán son los santos de las Ordenes Religiosas, figura 39. Dota a sus figuras de un gran naturalismo y de un profundo espíritu religioso
    En cuanto a las obras conventuales, se pueden destacar tres conjuntos:
1. La serie  del Convento de la Merced (desde 1628), en el que sobresale la Visión de San Pedro Nolasco (1629) en la puede apreciarse ese tratamiento individualizado y el tan característico modelado de los tejidos, 
2. La serie de la Cartuja de Jerez (desde1637) y
3. La serie el Monasterio de Guadalupe (1638-1645). 

    Se ha hablado de Zurbarán como del pintor de monjes, aunque los temas monacales en realidad sólo representan aproximadamente la mitad de su producción.  Sus personajes, aún en composiciones de numerosas figuras, presentan una característica muy específica: su aislamiento y su independencia respecto a los demás. 
   El mejor período de su carrera artística, es la década de los 30, en ella realiza Santo Tomás de Aquino (1631), que sobresale por su realismo, la riqueza del colorido y la fuerza expresiva del rostro.
   En 1634, fue llamado a la Corte para participar en la decoración del Salón de Reinos del Buen Retiro y ahí nos dejó la Defensa de Cádiz contra los ingleses y la serie de los Trabajos de Hercules. 
Volverá a Madrid, en 1658, donde pinta cuadros de altar y oratorio, Cristo tras la flagelación (1661), Virgen con el niño Jesús y san Juan (1662), Inmaculada Concepción (1661), obras en las que muestra su transformación al utilizar líricamente la luz y tratar los temas con una suavidad inexistente en sus primeras obras.
   Sus bodegones, aunque escasos fueron muy notables, sus naturalezas muertas son una mera y simple exposición de objetos.

El pleno barroco: Velázquez. Murillo.
Diego de Silva y Velázquez (1599-1660)
   En 1611, con doce años, tras un corto periodo como aprendiz en el taller de Francisco Herrera el Viejo, ingresa en el taller de Francisco Pacheco, con cuya hija contraerá matrimonio.
Etapa de formación (1617-1622)
   A los 18 años consiguió licencia para pintar, de sus maestros tomó los principios manieristas y academicistas además del tenebrismo. En este periodo, caracterizado por el tratamiento naturalista,  los temas preferidos son los:
· Bodegones con figuras: El aguador de Sevilla (1620), figura 41, Vieja friendo huevos (1618)
· Retratos: Retrato de Sor Francisca Jerónima de la Fuente (1620)
· Escenas religiosas: Cristo en casa de Marta y María, la Adoración de los Magos (1619)
Características de este periodo son: el tenebrismo, con los fuertes contrastes de luces y sombras, predominio de los colores terrosos, sencillez en la composición.
Etapa de madurez (1623-1660)
Este periodo puede subdividirse a su vez, en tres, coincidiendo los hitos con sus viajes a Italia.
1623-1631:
Velázquez viaja a la Corte, logrando su propósito de establecerse en ella, hay un abandono de la temática religiosa y de los bodegones, para concentrase en el género retratista.
   Estos retratos, tienen como características: la sencillez en la composición, el realismo, la escasa preocupación por los fondos, la elegancia que emanan los personajes y el estatismo, son retratos de cuerpo entero, en busto, de tres cuartos, sobresalen diversos retratos del monarca y del Infante D. Carlos (1625-28), y los primero retratos de bufones el de Calabacillas.
   El encuentro con Rubens, que visita  Madrid, en 1628, le orientó hacia elhumanismo y la mitología, además de animarlo a continuar su formación en Italia, antes pintó Los Borrachos o el Triunfo de Baco (1629), en el muestra al Baco mitológico entre campesinos andaluces, señalando la principal característica de su pintura mitológica, la concepción burlesca e irónica de la misma.
   Desde 1629 a 1631, realiza el viaje a Italia, donde conocerá la obra de los pintores renacentistas romanos y venecianos, visitando además Ferrara y Nápoles, donde contacto con el pintos español Rivera; durante este viaje realizó La Fragua de Vulcano, de género mitológico  y la Túnica de José, en todos ellos se advierte la influencia de los pintores italianos.
1631-1648:
   En este periodo se produce el apogeo del maestro, la influencia italiana hace que su dibujo haga más suelto, sus figuras pierden rigidez, el espacio se llena de aire, presagiando la perspectiva aérea y se colorea de grises, ocres y verdes suaves y armónicos. La producción pictórica en esta etapa es muy abundante.
   De este periodo son los cuadros religiosos: Cristo crucificado del Prado (1631), la Coronación de la Virgen y los Eremitas, Cristo atado a la columna (1632).
   Entre sus retratos: El Conde-Duque de Olivares (1638), figura 42, Felipe IV, figura 43, el Príncipe Baltasar Carlos (1635), (retratos ecuestres), Felipe IV, figura 45, y D. Fernando de Austria (con traje de caza). Y los retratos de los bufones Pablillos de Valladolid, el niño de Vallecas, el primo.
   Dentro del género histórico, pinta la Rendición de Breda o Las Lanzas (1634-35).
  Además los retratos imaginarios de los filósofos Esopo y Menipo.
1648-1660:
     Velázquez realizó un segundo viaje a Italia, entre 1649 y 1651, con el encargo real adquirir cuadros y antigüedades para las galerías reales  hispanas, en este viaje realiza el retrato de Inocencio X, el de su criado Juan Pareja y los dos cuadros del Jardín de Villa Médicis, considerados un claro precedente de la pintura de Corot y el impresionismo, también realizó en el viaje la Venus del Espejo, uno de los pocos desnudos de la historia de la pintura española.
    En este período, Velázquez perfecciona la técnica, consiguiendo plasmar la perspectiva aérea, su pincelada suelta emplea cada vez menos cantidad de pasta pictórica, cuida la ambientación y los detalles.
   Son de este período, los retratos de la Infanta Margarita y el de la Reina Mariana de Austria. 
    En dos obras, se puede resumir la aportación de Velázquez a la historia de la pintura: Las Meninas (1656), figura 44, y las Hilanderas o la  Fábula de Aracne (1657), figura 45.
   En las Meninas, evoca la vida cotidiana de la familia real, que aparece alrededor de la Infanta Margarita, de sus damas de honor y de los criados enanos,  en el salón en que Velázquez (que se autorretrata en la penumbra)  se encuentra pintando a los reyes (reflejados en el espejo), al fondo en la puerta abierta el aposentador observa la escena, el pintor  obtiene la sensación de profundidad mediante la alternancia de espacios iluminados con diferente intensidad.
   En las Hilanderas, sitúa el mito de Aracne, la habilidosa tejedora perseguida por Atenea en el taller de tapices de Santa Bárbara, el mito va tejiéndose en las formas de un tapiz al fondo, mientras en un primer plano las obreras trabajan, lo real y lo mítico se funden en tonos amortiguados y templados que tienen toda su delicadeza en el tapiz, donde se desarrolla la escena principal  con los protagonistas rodeados de una intensa luz.
Velázquez, sintetizó los estilos del XVI y XVII, renacimiento romano y escuela veneciana, tenebrismo, barroco flamenco y naturalismo hispano. Neoclásicos como Ingres, románticos como Delacroix, impresionistas como Manet y Degas, fauves como Matisse, los expresionistas alemanes, surrealistas como Dalí, sin olvidar al mismo Goya van a ser sin duda deudores de Velázquez.

Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682)
    Nació en Sevilla, donde vivió la mayor parte de su vida, inicio su formación a los diez años, con Juan del Castillo,  aunque sin duda conoció las obras de  Zurbarán  y de Ribera, la influencia de estos maestros es evidente en las obras de su juventud, además de las influencias de la pintura flamenca y veneciana.
   Es uno de los pintores que más popularidad han alcanzado dentro y fuera de España, sin duda alguna debido a que su pintura delicada y suave coincide con el gusto imperante en toda Europa en el S. XVIII. Murillo, no pintará santos ascetas y viriles, su pintura se acerca más a lo familiar, al intimismo.

En sus primeras obras queda de manifiestos su formación realista, con predominio de tonalidad ocres y terrosas, un tratamiento de la luz muy marcado por el  tenebrismo, con modelos compactos e individualizados, serie del convento de San Francisco (1645), su primer encargo importante; a partir de la mitad de siglo el uso de la luz se hace más generalizado y su colorido se enriquece, Sagrada Familia del Pajarito (1650), Adoración de los Pastores (1655), en 1658 Murillo viaja a la Corte, entra en contacto con Velázquez y conoce las colecciones reales, as u regreso en 1660, fundó la Academia de Dibujo, siendo responsable de la dirección de la misma hasta noviembre de 1663, en que fue sustituido por Valdés Leal.
Murillo se va a interesar por los problemas atmosféricos y la captación del espacio, abandona el estatismo anterior y ahora sus cuadros son suavemente dinámicos,  sus modelos de canon más pequeño, adquieren la suavidad, la gracia y la elegancia que caracterizan la plenitud del pintor, serie de la Iglesia de Santa María la Blanca de Sevilla (1665), serie del convento de los Capuchinos (1665-70) y serie del Hospital de la Caridad (1670-74).
Son numerosas las representaciones de temas marianos, las Inmaculadas son una de sus creaciones más afortunadas, envuelve a María en un manto azul, que cubre parte del hábito blanco, rodeándola de ángeles, Inmaculada de Soult (1676-78).
Refleja en sus pinturas religiosas, la religiosidad intimista, amable y sentimental el Buen Pastor (1665), San Juan Bautista niño (1665).
Sin embargo en su pintura de niños de carácter totalmente profano , presenta   una interpretación amable de realidades más bien crueles,  plasmando la vitalidad del mundo picaresco, figura 46, con un incomparable virtuosismo técnico, Niño pordiosero (1650), Niños comiendo melón (1650)

Juan Valdés Leal (1622-1690)
   Es un pintor de temperamento opuesto a Murillo, inclinado más a lo violento y exagerado, gran colorista y fácil en el dibujo, destaca sobre todo por la serie que realizó entre 1671 y 1672 para el Hospital de la Caridad, en la que culmina el barroquismo, representando la vanidad de las cosas terrenas, siguiendo un sentimiento moralizante al recordar al espectador su  último fin, presentando féretros abiertos, cadáveres putrefactos (Finis gloraie mundi), figura 47, y la muerte dominando los arrobados atributos de la gloria mundana (In ictu oculi). 
 




OBRA COMENTADA: LA MAGDALENA PENITENTE DE PEDRO DE MENA



La escultura barroca española se desarrolla en dos corrientes principales que dan nombre a la Escuela castellana y la andaluza. Si aquélla tiene en Gregorio Fernández su principal representante y se define formalmente por un expresionismo dramático de fuerte patetismo, la andaluza sigue una estética diferente. Hay en ella un poso clasicista, procedente de una tradición manierista que había tenido artistas de renombre en el último tercio del S. XVI, y que es la que marca una impronta clásica en la imaginería del XVII. Esta sería su principal diferencia con la Escuela castellana, al caracterizarse por un mayor equilibrio compositivo y sobre todo por una mayor moderación en el tratamiento de la expresión dramática. Por lo demás coincide la temática religiosa, consecuencia del mecenazgo de la Iglesia católica, y su tratamiento realista y expresivo con el fin de convertir las imágenes en reclamos que muevan a la piedad y al sentimiento de los fieles. Asimismo se trabaja en madera preferentemente y se utilizan para reforzar el naturalismo de las imágenes las técnicas consabidas del encarnado, para el trabajo en las anatomías, el estofado en las vestiduras y los postizos.
La nómina de artistas de renombre en la Escuela andaluza también es más nutrida que en la castellana, con numerosos artistas de gran importancia. Entre ellos habría que destacar en primer lugar a Juan Martínez Montañés, que ya se ha tratado en esta misma sección de Miradas, pero también los de Alonso CanoJuan de Mesa y Pedro de Mena, que es el que hoy tratamos
Pedro de Mena (Granada 1628- Málaga 1668) es discípulo del granadinoAlonso Cano, uno de los escultores más importantes del primer barroco español e hijo de Alonso Mena también escultor, que al morir cuando Pedro apenas cuenta 18 años le legará su taller. Sin duda la influencia de Alonso Cano resultaría determinante porque al quedar bajo su tutela trabajando juntos, Pedro de Mena adquirirá toda la maestría de su mentor. Hombre muy religioso, Pedro de Mena, realiza figuras exentas preferentemente y no pasos procesionales como era más habitual en su época, caracterizándose sobre todo por una hondura en la plasmación de los sentimientos y un realismo sobrio y de gran sencillez, que contribuyó a que esa captación del sentimiento y la emoción profunda llegara más directamente al espectador.
Por ello también es uno de los representantes más genuinos de las características plásticas de la Escuela andaluza, definida como sabemos por su mayor sosiego y equilibrio, y una concepción más clásica de la escultura. Aunque no por ello dejó de utilizar los recursos realistas típicamente barrocos tan característicos de este periodo, como en su caso la utilización del vidrio en la factura de ojos y lágrimas o el trabajo de su policromía, igualmente sobrio en los tonos y adecuado a la sencillez que suele dominar todo su trabajo.
De sus obras principales habría que destacar un San Francisco para la Catedral de Málaga, piezas exentas como San Diego de Alcalá o su famosoSan Pedro de Alcántara, y muy especialmente la Magdalena Penitente que hoy nos ocupa.
Se trata de un encargo de los Jesuitas de Madrid, y aunque la concluyó en su taller de Málaga, es posible como parece, que en sus inicios se viera influida por la Magdalena realizada para las Descalzas Reales de Madrid por Gregorio Fernández en 1615. En cualquier caso la iconografía elegida por Pedro de Mena resulta como es habitual en él mucho más sobria y desde luego de una sencillez que está en la raíz de la fuerza de la emoción y el sentimiento que es capaz de transmitir.
Además el tema de la de la Magdalena se trata aquí de forma un tanto novedosa, subrayando su fervor y su sentimiento de pena y angustia. Rostro, cabellos y manos, dramatizan por sí solos toda la escena, en medio de la austeridad del ropaje y de la simplicidad en la composición.
Como es habitual, la expresión se concentra en el rostro: labios entreabiertos, cejas arqueadas, pelo sebáceo pegado a los ropajes, y la mano conteniendo el corazón que parece salírsele del pecho. Expresión que se sublima en la mirada hacia el crucifijo, caragada de fervor y de un amor sobrehumano que parece aislarla del entorno, o lo que es lo mismo, del mundo terrenal.
Para que también el espectador se centre casi exclusivamente en este aspecto de su expresión encendida, es decisivo el resto del trabajo sobre la túnica y la anatomía, especialmente simple envuelto el cuerpo en la saya de arpillera que lo cubre. También los colores insisten en esa sencillez, con una policromía de tonos suaves predominantemente ocres.
La obra destinada originalmente a la Casa Profesa de los Jesuitas de Madrid, pasó posteriormente a las Salesas Reales, ubicándose desde 1921 en el Museo del Prado. No obstante en 1933 se traslada al Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid, convertido posteriormente en Museo Nacional de Escultura, donde se encuentra en la actualidad.
Fuente: 

Escrito por Ignacio Martínez Buenaga (CREHA)



4/06/2014

LA ESCULTURA BARROCA ESPAÑOLA: LA ESCUELA ANDALUZA.


Santo Cristo de la Luz, realizado hacia 1633 por Gregorio Fernández.
Está considerado como una de sus obras maestras destacando por su depurada anatomía y acentuado patetismo. Es esta talla se recrea en el dolor y patetismo del rostro, reflejando dolor y sufrimiento con profusión de sangre. Los pliegues son rígidos, al estilo gótico. Obsérvense los tres clavos que fijan a Cristo al madero.

CRISTO DE LA CLEMENCIA J.M. MONTAÑÉS.


Se representa a Cristo aún vivo, y se huye de la exageración típica de la escuela castellana. La imagen resulta realista, pero un tanto idealizada. El cuerpo de Cristo desprende una gran serenidad. El escultor ha reducido la presencia de sangre en la piel. El modelado anatómico es más suave y equilibrado. Todo resulta en esta obra más exquisito y “agradable”. su contemplación en la catedral de Sevilla resulta sobrecogedora por el naturalismo y devoción con el que fue esculpido. Os hago notar las notables diferencias con los Cristos de Gregorio Fernández; el detalle de los clavos es esclarecedor a la hora de adjudicar a uno u otro autor la obra (cuatro clavos tiene este Cristo de la clemencia de Montañés.)



En la escuela andaluza destacaron, Juan Martínez Montañés (1568-1649), Alonso Cano (1601-1667) y Pedro de Mena y Medrano (1628-1688). El comercio de América había convertido a Andalucía en la zona más rica de esa época, siendo Sevilla y Granada los polos de atracción del arte del XVII. En contraposición a la escuela castellana, Martínez Montañés, es la serenidad, el clasicismo, el sosiego y la búsqueda de la belleza. De talla muy modelada, sus grandes paños dan grandiosidad a la imagen. Su devoción va más dirigida al alma que a los sentidos, distando mucho su equilibrada policromía, del desgarrado color castellano. Todo esto se aprecia en El Cristo de la Clemencia (1603) en el que crea el tipo de Cristo andaluz, muy humanizado, casi sin notas sangrientas, el Retablo de Santo Domingo(1605) y San Jerónimo. Su Inmaculada (1628-31) de la Catedral de Sevilla, (La Cieguecita), representa a joven ingenua, serena y melancólica, plena de dulzura y belleza. Entre sus discípulos, está Juan de Mesa (1583-1627), de dedica principalmente a la ejecución de figuras sueltas para cofradías y particulares, entre las que sobresalen el Jesús del Gran Poder (1620) y el Cristo de la Expiración de Vergara (1622).
Alonso Cano gana en hondura expresiva y en dinamismo a su maestro Martínez Montañés. Labúsqueda de la perfección, del equilibrio y la idealización de los modelos, la plasmación de una aplacible serenidad en sus figuras sustituye el dramatismo de otros autores. Es el primer escultor andaluz que abandona la técnica del estofado. En el retablo de Santa María de Lebrija (1628-38), en su hierática imagen central se advierten algunas de sus características: inclinar la cabeza a la derecha, el manto caído dejando al descubierto uno de sus hombros, el apuntamiento de la figura hacia los pies, la superficie ondulada de los paños. En la Inmaculada del Facistol (1655) ; su aspecto fusiforme, de pequeño tamaño, cabeza inclinada, grandes ojos, cabellos largos y actitud recogida, tuvo posteriormente imitadores.
Otras obras dignas de mención son: el San Diego de Alcalá, en la Catedral de Granada la Virgen de Belén y los bustos de San Pablo, Adán y Eva.
Pedro de Mena, mucho más directo y realista, comunicaba fácilmente los estados de ánimo. Gusta de la representación de los temas ascéticos y dolientes, la Magdalena Penitente (1664) del Museo de Valladolid, y el San Francisco de la Catedral del Toledo, de gran tensión dramática. Otra de sus creaciones son los bustos de la Dolorosa y el Ecce Homo, con frecuencia formando pareja, que consigue una gran fuerza expresiva del patetismo y dolor. Realizó también la sillería del coro de la Catedral de Málaga (1658), con cuarenta representaciones de santos.
José de Mora (1642-1724), discípulo de Alonso Cano, que llegó a ser escultor del rey Carlos II, mucho más exaltado llegando a veces a lo teatral, nos dejó además de Dolorosas y Ecce Homos, imágenes de San José, San Antonio y la Inmaculada. Continuador de Mora es José Risueño ( 1665-1732).

LA ESCULTURA BARROCA ESPAÑOLA: LA ESCUELA CASTELLANA.



LA MUERTE DE CRISTO CRISTO YACENTE, GREGORIO FERNÁNDEZ. MADERA POLICROMADA.

Fue el principal representante de la Escuela Vallisoletana. Esculpe sus obras con un realismo violento, dotando a los cuerpos de una notable perfección anatómica, matizando la dureza de los huesos, la tensión de los músculos, la blandura de la carne o la suavidad de la piel. También fue un magnífico policromador. En sus obras la abundancia de la sangre y el exagerado patetismo de las composiciones apelan directamente a las em ociones del espectador.
Gregorio Fernández o Hernández (1576-1636), nacido en Galicia, en el primer tercio del siglo XVII trabaja en Valladolid donde consiguió un gran prestigio. En su obra Cristo Yacente (1614) de el Pardo, tipo iconográfico creado por él y que repitió en otras ocasiones. El modelado del cuerpo de Cristo es perfecto, el realismo patético, con abundancia de sangre. Otras representaciones de Cristo, es el Cristo a la columna , donde la expresión del dolor alcanza niveles muy altos. Los crucificados con tres clavos y elCristo ya muerto. El tema de la Piedad (1616), paso procesional. Otros pasos procesionales: La Cruz a cuestas , donde destacan las figuras de la Verónica y se Simón Cirineo, el Descendimiento, en las que los gestos y actitudes que acentúan el patetismo pretender despertar el fervor popular; las Inmaculadas, a las que logra transmitirles un ingenuo candor casi infantil; las representaciones de Santos: Santa Teresa de Jesús, San Bruno, San Ignacio de Loyola, San Isidro. En todas sus figuras son característicos los plegados angulosos, casi metálicos de los paños de sus figuras.
También realizó varios retablos como el de la Catedral de Plasencia (1625), el de las Carmelitas calzados de Valladolid, con el magnifico relieve de Bautismo de Cristo (1630).
Tuvo una gran cantidad de discípulos, que perpetúan los tipos, creaciones y estilo del maestro.

LA ESCULTURA BARROCA ESPAÑOLA; LAS IMÁGENES DE LA FE.

Paso procesional portando la última cena de Francisco Salzillo (s. XVIII)

LA ESCULTURA BARROCA ESPAÑOLA: LAS IMÁGENES DE LA FE.


Consideraciones generales:· Mientras en Italia y Francia se desarrolla la gran escultura barroca de origen berniniano, en mármol y bronce, con amplio uso temático de la mitología y la alegoría, en España se cultiva la escultura en madera policromada, de carácter exclusivamente religioso, que se pone, por entero, al servicio de la sensibilidad piadosa contrarreformista. Las imágenes de Cristo, la Virgen y los Santos, especialmente españoles, dominan la temática escultórica.· Los artistas, además, lograrán la expresión de los sentimientos en las figuras: dolor, angustia, muerte, extasíes.

· Los escultores procurarán aproximar la realidad del hecho religioso representado para mover la sensibilidad del creyente, que asiste así, en cierto modo, al hecho (“al paso”) de la pasión de Cristo, o siente a los santos como personas vivas y reales, próximas a su realidad cotidiana. Este abrumador peso de lo religioso multiplica la demanda de retablos e imágenes de culto. La piedad popular de las cofradías da lugar al “Paso Procesional” (del latín passus, sufrimiento). Las procesiones de Semana Santa se convierten en esta época en la mayor expresión del fervor religioso popular. Los retablos se decoran con imágenes de bulto redondo, para que puedan ser sacadas en procesión.

· El pesimismo y la actitud de una sociedad en declive restringe el desarrollo de la escultura funeraria.
· El deseo de realidad multiplica los efectos, primero en la pintura de las imágenes, que van renunciando poco a poco a la técnica del estofado renacentista, con abundante uso del oro, en aras de un mayor realismo con los colores enteros en las vestiduras, llegando incluso al empleo de telas verdaderas en las llamadas “Imágenes de vestir”, que sólo tienen de talla la cabeza, las manos y los pies. Este afán llega al extremo de incorporar postizos como cabellos, uñas y dientes de asta, ojos y lágrimas de cristal, piel de animal para simular heridas abiertas, etc. Es la culminación de esta teatralidad barroca hiperrealista.
· En sus comienzos la escultura española permanece al margen de la evolución hacia el dinamismo y la teatralidad de lo italiano, vinculándose directamente con el pasado renacentista y manierista, sin otra novedad que el avance del naturalismo.


A mediados del siglo XVII, en la Corte y en Andalucía se comienza a tener noticia del barroquismo berninesco, que será plenamente incorporado a finales de siglo.
Podemos señalar dos grandes focos escultóricos en España:
· Castilla, con Valladolid como centro principal, destacando el escultor Gregorio Fernández; y otro núcleo en la Corte madrileña.
· Andalucía, con Sevilla como centro, destacando Juan Martínez Montañés; y otro núcleo en Granada, donde destacan Alonso Cano y Pedro de Mena.Ambas escuelas son realistas, pero mientras la castellana es hiriente, con el dolor o la emoción a flor de piel; la andaluza es sosegada, buscando siempre la belleza correcta sin huir del contenido espiritual. Castilla es el realismo violento, de gestos dramáticos; Andalucía es el realismo clásico, con una serenidad que conduce a la exaltación mística. Otra característica diferencial es la policromía. Con Gregorio Fernández se abandona el pan de oro en Castilla; sin embargo, en Andalucía se mantendrá durante mucho tiempo.

· En el siglo XVIII, a estos núcleos se agregan algunos más en Levante, destaca en Elche la fachada de la Basílica de Santa María , obra de Nicolás de Bussi; en Murcia, destaca Francisco Salzillo, autor con el que se cierra el ciclo de la escultura barroca y se abre el gusto por lo clásico.



Y la PPT:

LAS POSTRIMERÍAS Y JUAN DE VALDÉS LEAL






















La visión de los niños de la calle pintados por Murillo no resulta, a pesar de los harapos y los dientes mellados, ingrata a nuestra vista. Son pinturas, a su manera, amables. Tal vez nos muestren la resignación infantil ante un mundo lleno de injusticias y miserias, en el que hay que aprovechar cualquier ocasión para hartarse de comer, no vaya a ser que no volvamos a probar bocado en mucho tiempo. Es un optimismo resignado.De optimismo, sin embargo, no podríamos hablar al contemplar los dos famosos lienzos pintados por Valdés Leal para el Hospital de la Caridad de Sevilla, allá por el año 1672.Finis Gloriae Mundi y In Ictu Oculi.


















 




       El noble sevillano don Miguel de Mañara fue nombrado en 1663 Hermano Mayor de la Santa Caridad, poniendo todo su empeño en la tarea de concluir las obras de la nueva iglesia de la Hermandad que se estaban realizando desde 1647. Para ello contó con los mejores artistas de su tiempo: el retablista Bernardo Simón de Pereda, el escultor Pedro Roldán y los pintores Murillo y Valdés Leal. El propio Mañara diseñó el programa iconográfico que decoraba el templo, programa destinado a los hermanos de la Caridad, proclamando la salvación del alma a través de la caridad, encargando las pinturas que recogen las obras de caridad a Murillo. Sin embargo, el programa iconográfico se inicia con una reflexión sobre la brevedad de la vida y el triunfo de la muerte, siendo Valdés Leal el encargado de realizar estos trabajos.
Estas pinturas estaban en el sotocoro de la iglesia de la Caridad sevillana y hoy todavía se encuentran in-situ. Se denominan los "Jeroglíficos de las Postrimerias" y en ambas obras se hace una referencia al dilema de conseguir la salvación o la condenación eterna. En el friso del sotocoro había un texto en letras capitales que recoge laspalabras de Cristo en el Juicio Final la dirigirse a los bienaventurados: "Escuchad la palabra del Señor: Venid benditos de mi padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, peregriné y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y vinisteis a verme". Por lo tanto, sólo conseguirán la salvación eterna aquellos que hayan practicado las obras de caridad. Con este mensaje es más fácil la comprensión de los "Jeroglíficos" denominadas In Ictu Oculi y Finis Gloriae Mundi.En la obra que contemplamos en segundo lugar aparece la muerte llevando debajo su brazo izquierdo un ataúd con un sudario mientras en la mano porta la característica guadaña. Con su mano derecha apaga una vela sobre la que aparece la frase "In Ictu Oculi", en un abrir y cerrar de ojos, indicando la rapidez con la que llega la muerte y apaga la vida humana que simboliza la vela. En la parte baja de la composición aparecen toda una serie de objetos que representan la vanidad de los placeres y las glorias terrenales. Ni las glorias eclesiásticas escapan a la muerte -por lo que aparece el báculo, la mitra y el capelo cardenalicio- ni las glorias de los reyes -la corona, el cetro o el toisón- afectando a todo el mundo por igual ya que la muerte pisa el globo terráqueo. La sabiduría, las riquezas o la guerra tampoco son los vehículos para escapar de la muerte. La filosofía barroca de la "vanitas" difícilmente puede plasmarse mejor en un lienzo. El cuadro está rematado en un arco de medio punto y compositivamente sigue un esquema triangular en el que se inscriben un amplio número de diagonales que dotan de mayor ritmo al conjunto. El fondo en penumbra crea un efecto más dramático y simbólico al sugerir que la muerte sale de las tinieblas y avanza hacia el espectador, dotando de mayor teatralidad a la escena. El contraste entre el negro del fondo y la viveza del colorido de los objetos y las telas también tiene un sentido alegórico. Debido a estos trabajos, Valdés ha cosechado una fama de pintor de la muerte que no merece ya que sólo se preocupó de cumplir a la perfección el encargo de su cliente, obteniendo un resultado de gran impacto visual y espiritual.

Los Jeroglíficos de Valdés Leal nos presentan el espectáculo de la muerte y suscitan el problema de la salvación. El término "postrimerías" (término teológico que se refiere a la muerte, el juicio, el infierno y el cielo) pone de relieve cuál era su tema. Las telas representan la muerte y el juicio, mientras que el cielo o el infierno dependen de la balanza. Con el alma pendiente de la balanza, los actos de caridad se convierten en imprescindibles para garantizar su salvación. La idea de la caridad como antídoto de la muerte y camino de salvación conecta las telas de Murillo y el retablo mayor con los Jeroglíficos, unificando su temática.


En la parte superior de Finis Gloriae Mundi existe un motivo que conecta los Jeroglíficos con las otras obras existentes en la iglesia. Se trata de una mano estigmatizada que aguanta una balanza, alusión simbólica al juicio final. En el platillo de la izquierda están representados los siete pecados capitales mediante animales simbólicos, en el de la derecha los libros de oración y las penitencias (disciplinas, cilicio, cadena). Nos presentan pues los dos aspectos de la muerte, como fin y como principio. La Muerte (In ictu oculi) hace de la existencia terrenal algo fútil y sin sentido, pero al mismo tiempo libera el alma para que sea juzgada según su existencia terrenal (Finis Gloriae Mundi). Pero las oraciones y el arrepentimiento no son suficientes para alcanzar la salvación: implícitamente se nos dice que falta algo para inclinar la balanza del lado de la salvación, y ello está representado por las pinturas de Murillo, las obras de misericordia. Así, el ciclo adquiere un sentido global: la salvación por el ejercicio de obras de caridad.


MURILLO Y LOS NIÑOS DE LA CALLE

Tal vez el Murillo más conocido por el público sea el de las Inmaculadas, pero hay otro Murillo, el de los niños de la calle, el de los pilluelos harapientos y piojosos que se reparten un melón robado, juegan a los dados o comparten almuerzo en aquella Sevilla que se hundía en la miseria, abrumada por los impuestos y la pujante rivalidad de Cádiz, tras la peste de 1649. Las imágenes contenidas en estas obras son el equivalente de esas otras imágenes, sacadas del fotoperiodismo contemporáneo, con las que somos asaltados en alguna plácida sobremesa, y que retratan a los niños harapientos y famélicos del llamadotercermundo, que bien pudiera estar también oculto en algunas de nuestras calles. Aquellas imágenes todavía hoy nos interpelan, a pesar de su lejanía..

Frente al mundo de pilluelos representado por Murillo, estaba la vida en la España de Felipe IV y Carlos II; una España en la que el pensamiento estaba dominado por el poder asfixiante de la Iglesia y, fuera del círculo de la Corte, no se hacía más arte que el religioso. Velázquez tuvo la oportunidad de instalarse en ella y su genio maduró espléndido. Los demás pintores y escultores, empero, no tenían más clientela que las instituciones eclesiásticas, ni más temas que los que dictaban los clérigos, era como dar vueltas alrededor de una noria.


                                                                      Niño espulgándose, 1645-50
                                                  Óleo sobre lienzo, 100 x 134 cm . Museo del Louvre, París


    En Sevilla, no obstante, había una vida intelectual más rica debido a la afluencia de gentes de otras latitudes y otras culturas, banqueros y negociantes atraídos por el comercio de Indias, que, aunque tímidamente, introducen un soplo inesperado en aquel ambiente tan espeso. En 1660 llegó a Sevilla Nicolás Omazur, miembro de una próspera familia de pañeros flamencos, que pronto se convirtió en cliente y mecenas del maestro sevillano. Tuvo así la oportunidad el pintor de escapar a la dictadura clerical y pintar otros temas y asuntos, los cuadros de género con motivos tomados de la calle, al modo como hacían los pintores flamencos o italianos, cuya obra sin duda conocía a través de estampas.

                                                                   Niños jugando a los dados, 1665-75
                                                Óleo sobre lienzo, 146 x 108 cm. Alte Pinakotehk, Munich


El interés por los niños es recurrente en su obra y pronto pasa de la anécdota secundaria a ocupar el centro del cuadro, en línea con la evolución del sentimiento católico del Barroco, como atestiguan el Buen Pastor o los Niños de la Concha. En el Niño espulgándose, sin embargo, encontramos el primer tratamiento profano del tema. Se trata todavía de un cuadro de luces crudas, al estilo de Zurbarán, que desprende una sensación de tristeza y abandono.

                                                                        Niños comiendo melón, 1650
                                                       Óleo sobre lienzo, 145 x 103 cm. Alte Pinakotehk, Munich


Más adelante el maestro suaviza esta manera con luces tamizadas por un cielo nuboso, pincelada más amplia y fluida, que le permite un esfumado ensoñador, y gestos de una alegría vital que contrasta con los harapos que visten los niños, lo que lleva a algún crítico a afirmar que son cuadros absurdamente poéticos. Hay no obstante varias justificaciones para ello:
Una es la reacción de los artistas sevillanos contra el hambre, el dolor y la muerte con una dignidad humana y resignación cristiana que les hiciera soportar el horror, tal la distancia entre Juan de Mesa y Pedro Roldán, por ejemplo. Otra es el destino de estos cuadros en los salones de una burguesía acomodada, que sin duda vería con desagrado que la realidad más sórdida invadiera su hogar cuestionándole su papel social. Finalmente debemos considerar la trayectoria personal del maestro, al filo ya o superada la cincuentena, con una vida familiar «poco feliz y de progresiva soledad», y más proclive por tanto a la complacencia emotiva y sentimental que a la denuncia combativa.


La serie está constituida por cuadros de mediano formato y composición diagonal, de luz sesgada que produce un estimulante juego de sombras y reflejos, donde un paisaje de ruinas se pierde en una neblina difusa. En uno de los ángulos del primer término suele aparecer un bodegón de frutas, muy al estilo barroco, que ya de por sí vale todo un cuadro. Los niños, plenamente integrados y adaptados a su situación, muestran actitudes alegres y desenfadas, mientras comen, juegan o negocian, como un triunfo de la vida sobre el dolor. Con ellos Murillo adelanta unas soluciones formales y expresivas sin precedentes en Europa, que anuncian los modos felices y espontáneos, coloristas y soñadores, del rococó.
Estos cuadros, pintados para esa clientela burguesa a que hemos aludido, viajan luego a Londres, Amberes o Rotterdam, donde prestigian tanto a su autor que se le cita junto a Tiziano o Van Dyck, y servirán de modelo a Gainsborough, Reynols y Constable. Cabe destacar entre ellos el de la Muchacha con flores, una niña casi adolescente, cuya sonrisa sensual y confiada puede rivalizar con la misteriosa y distante de la Gioconda. O el de las Vendedoras de frutas que cuentan las monedas y muestran al descuido su mercancía de uvas y membrillos, un magnífico bodegón de resonancias flamencas. O el de los Niños comiendo pastel, de un sentido del ritmo absolutamente clásicos y una vivacidad que sólo los impresionistas podrán superar.



LAS MENINAS, LAS HILANDERAS. UN ANÁLISIS..



Una buena aproximación a la genial obra de Velázquez, "La teología de la pintura". Atentos a las distintas interpretaciones que los expertos hacen de lo que Velázquez "pinta" en este lienzo.

Y ahora, "Las hilanderas".

4/09/2014

VELÁZQUEZ Y EL DESNUDO, UNA ANOMALÍA HISTÓRICA

La Venus del Espejo. 1648 Museo: National Gallery de Londres.
Características:122 x 177 cm. Material y técnica: Óleo sobre lienzo.




El tratamiento que el desnudo ha tenido en la pintura española es, por decirlo de un modo sencillo, escaso. La Iglesia, principal cliente y mecenas en nuestro país, no consideraba este género dentro de la categoría de "piadoso", por lo que estaba practicamente proscrito. Ni siquiera la excusa de la diosa Venus podía ser admitida. Y en eso llegó Velázquez y todo cambió. Basta con que contempléis "La Venus del espejo", para comprender la grandeza de ese cambio.

ANÁLISIS DE LA OBRA: 
Género: es un cuadro mitológico: Venus recostada; tema iniciado por la pintura veneciana del siglo XVI (algunos ejemplos para recordar: Venus dormida de Giorgione yVenus de Urbino o Venus recreándose con la música de Tiziano), pero que Velázquez aborda con prodigiosa naturalidad y originalidad.
Tema: Recostada en unas ricas sábanas de color gris sobre un lecho protegido por una cortina carmesí, una mujer desnuda, de espaldas, se observa en un espejo, absorta en la contemplación de su propio rostro. El espejo es sostenido por un niño alado, desnudo, apoyado en la misma cama. Los personajes son presumiblemente Venus, diosa de la belleza, y su hijo Cupido, dios del amor. El espejo permite al espectador atisbar el rostro de la diosa que en un principio estaba oculto.
Composición: el cuerpo femenino, en primer plano, atraviesa horizontalmente el cuadro. Desde el pie izquierdo de la Venus comienzan su recorrido líneas que siguen los contornos del cuerpo femenino y remarcan su sensualidad repitiendo sus curvas en los tejidos que le rodean; hacia la derecha, deslizándose por los pliegues de la colcha y los contornos del cuerpo recostado, y hacia arriba hasta alcanzar los bordes del cortinaje rojo. La figura del cupido cierra la composición verticalmente y la equilibra. El espacio contenido en el cuadro es reducido y aún lo parece más al cerrarse el fondo con el cortinaje -no hay escapatoria posible-, con esta manera de componer Velázquez ha acrecentado la sensación de intimidad y cercanía.
Luz: cálida, luminosa, envuelve el cuerpo marfileño de la Venus en un dominio perfecto de la perspectiva aérea.
Color: predominan el blanco, el negro y el rojo, aunque en una extraordinaria gama dematices. Apreciamos también algún toque de ocre y el rosa de la cinta. La gran mancha roja del cortinaje diferencia el fondo del cuadro con el espacio en el que se desarrolla la acción, y la sábana gris destaca el cuerpo nacarado de la diosa.
Dibujo: los contornos son claros. La pincelada es nítida, suelta pero con poca mancha.
Estilocaracterísticas propias del Barroco: composición con predominio de líneas diagonales y curvas; uso de un color predominante para dar unidad al cuadro; falta de claridad en el significado. Pero con el clasicismo de Velázquez (equilibrio de líneas, magistral uso del color, sutileza lumínica, pincelada delicada, original acercamiento al tema...)
Significado: la interpretación del cuadro es compleja como corresponde al gusto barroco, así como a la manera en que el propio Velázquez aborda la pintura mitológica, humanizando el mito. En principio todo apunta a una escena de tocador de Venus, lo cual no es frecuente, ya que la diosa no solía ser representada en la intimidad. Pero ciertos elementos nos extrañan; en primer lugar la naturalidad es tal que nos parece contemplar, no a una diosa, sino a una mujer que permanece ajena a la intromisión del pintor-espectador. ¿Es el tema mitológico una excusa para hacer un desnudo femenino esquivando la férrea censura? Es una buena explicación hasta que descubrimos que la sensual belleza del cuerpo se contradice con la vulgaridad real del rostro, expuesta cruelmente por el espejo cuyo significado simbólico es dual: la Verdad y la Vanidad. Así, magistralmente, Velázquez nos vuelve a situar en el plano de lo simbólico. En este sentido, el modo en que Cupido sostiene el espejo, con las manos cruzadas y la cinta rosa sobre ellas, nos sugiere que se trata de un "prisionero voluntario" y simboliza la manera en que el Amor permanece junto a la Belleza. Amor, Belleza, Verdad, Vanidad... esta es la reflexión que se nos plantea.
Influencia: la forma en que Velázquez aborda este tema clásico permitirá a pintores posteriores realizar desnudos con mayor libertad, sin las limitaciones temáticas que el autor barroco tuvo que esquivar; en el s. XVIII, Goya en La Maja desnuda pinta ya a una mujer, y Manet, en el s. XIX, muestra en Olimpia el desnudo franco de una prostituta.
El pintor y su época: A pesar de la crisis económica y política, España en el s. XVII vive un periodo de esplendor cultural y artístico ("Siglo de Oro"). La clientela de los pintores son las iglesias y conventos, ya que los nobles y la Corte prefieren a artistas extranjeros. Por ello, la mayor parte de la producción artística es pintura religiosa contrarreformista, retratos y bodegones, siendo escaso el paisaje y casi inexistentes la pintura mitológica e histórica. Los desnudos eran encargos de coleccionistas (aristócratas y reyes) y requerían de una excusa temática para no ser considerados pecaminosos. Diego Velázquez (1599-1660) es el mejor pintor del Barroco en España y cumbre del arte universal. En su primera etapa sevillana, "tenebrista", realiza bodegones de gran realismo (La vieja friendo huevos y El aguador). Se traslada a Madrid en 1623 como pintor de cámara de Felipe IV. Realiza dos viajes a Italia (en 1629 y en 1648), dónde completa su formación. Pinta retratos del rey y su familia (Felipe IV, Conde-Duque de Olivares, Príncipe Baltasar Carlos), a caballo o de caza, y retratos de bufones (Niño de Vallecas). Su obra maestra es Las Meninas, retrato colectivo de la familia de Felipe IV. También pinta cuadros mitológicos (Los borrachos, La fragua de Vulcano, la Venus del Espejo, Las Hilanderas) e históricos (La rendición de Breda), así como paisajes (Villa Médicis), lo que significa una novedad en el panorama español.

LOS BUFONES DE VELÁZQUEZ

En palacio residía una curiosa tropa de bufones, nutrida por enanos o discapacitados psíquicos. Su función en la Corte era distraer a los monarcas del tedio y la rutina de los asuntos del gobierno. La dignidad con la que fueron retratados por Velázquez no sólo honra su memoria, sino que enaltece a quién los pintó. La Corte y los bufones se fundieron, como veremos en otro momento, en Las Meninas.



                                    El enano Sebastián de Morra. 1645. 106,5 x 81,5 cm. Museo del Prado, Madrid.


                                    El enano Don Juan Calabazas, apodado Calabacillasc. 1639. 106 x 83 cm.
                                                                       Museo del Prado, Madrid

Me ha parecido interesante este texto del escritor español Francisco Umbral, sobre esta faceta de la pintura de Velázquez.

"Muy cerca de él (Velázquez) cuelga la escuela flamenca del Barroco, en la que brilla con luz propia Rubens, a quien tanto admiró y de quien tanto aprendió el sevillano». Fernando Checa, director del Museo del Prado (o ex).
Cuatrocientos años de Velázquez. Me he dedicado a visitar en el Museo sus bufones y meninas, por completar una idea que tengo en la cabeza y porque, con las calores de julio, en el Prado se está fresco.¿Por qué pinta Velázquez a Pablo de Valladolid, a don Cristóbal de Castañeda, al apodado don Juan de Austria, a Diego de Acedo el Primo, a don Sebastián de Morra, al Niño de Vallecas, al bufón Calabacillas? Es una pregunta con varias respuestas, como todas las verdaderas preguntas no unilaterales. En principio, aquí se nos muestra el otro Velázquez, por voluntad de sí propio. Pintor oficial de reyes, caballos fingidos, infantas, nobles, toda la Corte y su cortesanía, este hombre inalterable y culto en el oficio, pero consciente de su condición (que trata de remediar con la Cruz de Santiago y otras regalías), se decide espontáneo a pintar la espontánea vida, los monstruos humanos, deformes y meninas, harapos del vivir, que son la otra verdad de las cosas.
Velázquez, en fin, experimenta el tirón del mal, el mal de los orígenes, la nostalgia del lodo y del légamo, todo eso en lo que tanto abundó el Romanticismo (Velázquez es también aquí un adelantado).
Por otra parte, Velázquez, con sus seis o siete monstruos, está brindando a reyes y cortesanos un espejo y una lección, pues que ellos van de mejor ropilla, pero son tan caedizos, monstruizables y feos como sus «hombres de placer», o sea de ingenio, risa, diversión y vacación grotesca. Los nobles necesitan cerca a los bufones enanos y meninas, por mejor contrastar continuamente su propia altivez, perfección (relativa) y resplandores. Pero Velázquez pinta un enano con la misma solemnidad, majestad e intención que si pintase una infanta o un príncipe. Está degradando indirectamente su pintura «noble». (Goya se atrevería más, después, y pintaría monstruos reales directamente). El «otro» Velázquez, en fin, se toma la revancha y venganza de su pintura de Corte entronizando bufones, y esto sí que es una bufonada o bufonería. En Las Meninas llega a mezclar lo uno y lo otro, he aquí otra razón más de que éste sea su mejor cuadro. En cuanto a modernidades, que todavía hay quien se las discute, Velázquez nos arroja a la cara la estética de lo feo, el feísmo, y de ahí vendrían luego Goya, Solana, Picasso, Nonell y tantos otros.
Nos abstenemos de decir que Velázquez fuera el precursor de ninguna revolución social o conciencia de clase, ni siquiera protagonista de una personal rebeldía interior contra sus señores, de los que comía y reverenciaba con «la sagrada frecuencia del altar». No se resigna a quedar como pintor de cortesanías. Pintando enanos y bufones escapa a encargos y desemboza innobles nobles, damas castañetas. Decadencia de España que empieza en su pintura."
FRANCISCO UMBRAL LOS PLACERES Y LOS DIAS
Velázquez

VELÁZQUEZ RETRATISTA

Ya instalado en la Corte madrileña, Velázquez pintará algunos retratos memorables, además de la extraordinaria Las lanzas o La rendición de Breda (nunca antes se había pintado con tanta dignidad y nobleza una rendición; no hay humillación del vencido, ni crueldades innecesarias). Pero Velázquez es, para la Corte, ante todo retratista. Y no sólo del Rey o de los príncipes e infantes. Contemplad este soberbio retrato del poeta Góngora. Toda la poesía conceptual está contenida en su rostro firme y mirada despectiva.


Don Luis de Gongora y Argote. 1622. 50.3 x 40.5 cm. Museum of Fine Arts, Boston (EEUU)




El Conde-Duque de Olivares a caballo. Óleo sobre lienzo. 1634. 313 x 239 cm.
Museo del Prado, Madrid.
Como viene siendo habitual, Velázquez ni firma ni fecha sus obras, aunque en la zona inferior izquierda veamos un papel en blanco utilizado habitualmente para firmar. Podría ser que el maestro lo dejara así porque era consciente de que no había otro artista en España que pudiera realizar este excelente retrato del todopoderoso Conde-Duque de Olivares. Se desconoce la fecha exacta del encargo, pensándose que la más acertada sería la de 1638, año en el que Don Gaspar pagó a dos compañías de soldados de su propio bolsillo para que evitaran la invasión, por parte de los franceses, de Fuenterrabía, episodio que se sugiere al fondo de la escena donde aparece un efecto de batalla con humo y fuego. Además, el Conde-Duque viste armadura, bengala y banda carmesí de general, atuendo que avala la tesis anterior. La enorme figura de Olivares se nos presenta sobre un caballo bayo, en una postura totalmente escorzada - muy empleada en el Barroco al marcarse una clara diagonal en profundidad - colocado de medio perfil. Va tocado con un sombrero de picos que refuerza su carácter de hombre de mando, frío y decidido. Como uno de los mejores retratistas de la historia que es, Velázquez se preocupa por mostrar al espectador la personalidad de su modelo, su alma. Nunca podremos mantenernos al margen ante uno de los retratados por el sevillano; le tendremos odio o aprecio pero no nos dejará indiferentes. El absoluto control del Estado que ostentaba el valido le lleva a retratarse a caballo, privilegio exclusivo de los monarcas. El estilo de Velázquez es bastante suelto, a base de rápidas manchas de color y de luz, sus grandes preocupaciones tras conocer la obra de Tiziano.
Para qué ver retratos de Felipe IV, si quien mandaba y gobernaba de verdad era Don Gaspar.




VELÁZQUEZ, POR FIN

Velázquez se autorretrató en Las Meninas, una de sus obras cumbres. El pintor se representa a sí mismo sereno y trabajando en un lienzo del que no sabemos nada (o sí, tal vez el espejo...), sosteniendo la paleta con brazo firme. La mirada inquisitiva. La imagen reivindica la nobleza del arte de la pintura, su carácter intelectual. Es una lucha que viene de lejos, desde el Renacimiento. Pero en España es más difícil todo. El pintor dedicó grandes esfuerzos, a lo largo de su vida, a demostrar a sus contemporáneos que esa nobleza, ajena al trabajo manual o mechanico, era consustancial con el trabajo del pintor (el creador). Pero en aquella España de nobles y plebeyos, de hidalgos pobres pero nobles, en la que nadie presumíaa de vivir de su trabajo, era más importante demostrar títulos de nobleza que ser "noble" (en el sentido profundo del término). Por eso, a pesar de la nobleza de su arte, Velázquez batalló en la Corte hasta conseguir que el Rey, su tan retratado Felipe IV, le concediese título de nobleza y lo nombrara Caballero de la Orden de Santiago, poco antes de su muerte. Tal logro (Oh vanidades mundanas), fue inmortalizado por el propio pintor en su pechera en una obra que hacía años que había sido concluida.
En fin, las cosas de tener que ganarse la vida. Veamos ahora, hablando de la vida, una de sus obras de juventud.



El aguador de Sevilla. óleo sobre lienzo. 1623. 
106.7 x 81 cm. Wellington Museum, Londres (Reino Unido)
Posiblemente sea la obra maestra de la etapa sevillana. En ella aparecen dos figuras en primer plano, un aguador y un niño, y al fondo un hombre bebiendo en un jarro, por lo que se ha sugerido que podría representar las tres edades del hombre; estaríamos, pués, ante una una alegoría del ciclo de la vida (infancia, juventud, madurez). El aguador, un anciano, ofrece una copa con agua a un chico joven, esa copa representa el conocimiento; mientras tanto, al fondo de la escena, un mozo aparece bebiendo como si estuviera adquiriendo los conocimientos. Velázquez sigue destacando por su vibrante realismo, como demuestra en la mancha de agua que aparece en el cántaro de primer plano; la copa de cristal, en la que vemos un higo para dar sabor al agua, o los golpes del jarro de la izquierda, realismo que también se observa en las dos figuras principales que se recortan sobre un fondo neutro, interesándose el pintor porlos efectos de luz y sombra. Todavía mantiene la técnica del claroscuro, iluminando una zona del cuadro con un foco de luz desde la parte izquierda y oscureciendo el resto del lienzo. El colorido que utiliza sigue una gama oscura de colores terrosos, ocres y marrones. La influencia de Caravaggio en este tipo de obras se hace notar, posiblemente por grabados y copias que llegaban a Sevilla procedentes de Italia. Destaca sobremanera la calidad de los objetos representados en el cuadro, el tratamiento que Velázquez hace del cristal o de la cerámica son magníficos, así como el detallismo hiperrealista que se puede observar en la obra, por ejemplo en las gotas de agua que resbalan por el cántaro. Todo ello pintando personajes populares, como era de rigor en la época. 
Decimos que todavía, que si aún....y es que Velázquez evoluciona. Su estilo experimentará grandes cambios asociados a su traslado a la Corte de Madrid, donde triunfará como retratista, a su conocimiento de las colecciones reales del s. XVI (Tiziano), a su contacto con Rubens, a su primer viaje a Italia entre 1629 y 1631. De allí vendrá rejuvenecido, abandonando por el camino los restos del tenebrismo. De Italia volverá con una pincelada más fluida, con un cromatismo más rico y luminoso, y con algunas de sus obras maestras: La fragua de Vulcano.

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